Hace un tiempo, tuve el placer de coincidir en este universo online, con un podcast llamado «El Librero», era presentado por el periodista Jorge Espinosa y protagonizado por el ya difunto Mauricio Lleras. A través de cada capítulo, el podcast nos iba adentrando poco a poco a ese ambiente de librería clásica, que sé que muchos han sentido, y con cada minuto íbamos poco a poco sintiendo el pesado olor a humedad, hojas viejas y portadas de compuestos desconocidos; esa atmósfera me apacionaba y esperaba con ansias cada uno de sus nuevos capítulos, que no fueron pocos ni tampoco suficientes.
Mauricio Lleras (cómo lo describe Espinosa en el primer capítulo), era El Librero, un hombre de mediana edad, de cabellera blanca (donde la tenía), con una personalidad escondida, pero que luego de un par de preguntas, se sentía cercano, profundo, amigable y con anecdotas muy intelectuales, las cuales iban adentrandonos más y más a dicha atmosfera.
Tuve el placer de conocer a Mauricio Lleras, tiempo ya despúes de desconectarme del mismo Postcast, y a unos pocos meses de que hubiese terminado la pandemia. Fue en unos de mis viajes a Bogotá, luego de unas largas horas en moto, llegué con la intensión de llevarme por lo menos un libro. Al llegar, justo por la septima, vi inconfundible, aquel letrero discreto al lado derecho de un largo pasillo que llevaba a otro negocio, y decía «Prólogo»; creo recordar que en alguno de mis libros, aún tengo aquel seperador, copia exacta del mismo letrero. Y efectivamente, una casa de ladrillos, vieja, bien cuidada eso sí.
No más entrar me recibió un canpanazo, ese de los negocios clásicos, y depronto de la nada, el olor, el ambiente, el nulo sonido de la tradicional librería. Del lado izquiero justo detrás de un gran escritorio y una pantalla, me saludó un hombre, bajito, con un tapabocas de nariz a mentón, y de repente estaba allí, Mauricio Lleras, el Librero, aquella voz que ahora tenía rostro, pero que en mi mente de manera muy particular, lo imaginaba exáctamente así cómo era.
Luego de algunos segundos, lo único que salió de mi boca, fué un «buenos días» … me arrepiento de aquello, ya que debí haberlo saludado de una manera más elocuente para agilizar un poco más su confianza. Todo fué directo al grano, me dijo con su voz, la cual escuché cómo en las conversaciones con Espinosa —Buenos días, ¿en qué le puedo colaborar?, procedí a preguntarle por un autor, del cual habláron en mi capítulo favorito «Sombreros», Richard Ford, del cual según me dijo, no le quedaba nada, aunque unos minutos más tarde se acordó de un par de novelas que tenía en bodega. Allí empezaron unos largos minutos de búsqueda, donde el fué el único que habló, y entendí su labor de Librero, me presentó más autores, cómo Ian McEwan, del cual llevé dos libros, uno que se me perdió antes de poder leerlo y otro llamado «Cáscara de Nuéz», maravillosa recomendación.
Fué un maravilloso episodio que posteriormente compartí con amigos y familiares, pero que luego fué cayendo en el olvido cómo todo en nuestras vidas, y fué aún más duro, cuando un 24 de Febrero de 2023, haciendo un repaso de cada capítulo del podcast y con el libro de Cáscara de Nuéz a la vista, leo «Recordando al maéstro», un capítulo que me hizo sentir nostalgia, un poco por los minutos en que lo tuve en frente mío, si no mucho más por quien era yo en ese tiempo y la figura que tenía proyectada para mi futuro.
Si, todos cambiamos, y no solo nosotros, el mundo cambia y al mundo no le interesa, a nosotros si y mucho más de lo que deberíamos y eso es lo que evoca para mí la canción «Seems like old times», acompañamiento clásico de algunos de mis capítulos favoritos de «El Librero».
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